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Lo conoció como si fuese un baile. No pensaba en el amor, ni la atracción, ni el sexo, por muy interesante que resultase. A los hombres casados no se les mira así, y más, si tienen hijos. Pero como amistad, ¿por qué no?

Nació una relación. Lo que ella creía amistad, él quería añadir interés, y lo que era cortesía, era para él un motivo. Galantería masculina, dotes y tips, todo añadido, pero no era la causa para que ella pudiese una libertad en una relación forzada. Ni le interesaba tener otra en esos momentos, aunque semanas después sí se abrió primero con decepción y después rechazada por dos hombres por los que había caído.

Pasaron los meses, y ese contacto seguía. Ahora separado, con aventuras sexuales y amante formal, pero en relaciones extrañas y diversas, con y sin formalidad sin rumbo definido, como muchas de la época, llegó hasta el punto de plantear esa amistad. Si bien hubo el error un año y medio de caer sexualmente, sin pena ni gloria, sin interés certero, aunque decepcionante, no había problema en mantener amistad. La caballerosidad, galantería, formas masculinas que no abundan y son siempre atractivas a los ojos de una mujer, y quizás subió de nivel, efímeramente, pero sexualmente poco convincente para la susodicha, y no era interesante ver cómo alguien cambió su trato y rápidamente buscaba un reemplazo, y sabiendo que estaba dejándola a ella en mal lugar socialmente, decidió romper ese vínculo, alegrándose de que no se hubiese enamorado, pero decepcionada de ver qué no todo el mundo sabe adaptarse, madurar, comunicarse y mantener unas buenas maneras.

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